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Hoy en día la soda está considerada como un refresco más, pero en su día era simple agua mineral carbonatada que la gente se tomaba por cuestiones de salud. Es curioso cómo con el tiempo (y con azúcares añadidos), la soda ha pasado de ser una especie de pócima medicinal a un gigante del marketing, emblema del consumismo y, precisamente, símbolo de una mala salud.

La historia de la soda comienza en las fuentes hidrominerales, esto es, los más comúnmente conocidos manantiales. La moda empieza en Europa por una obsesión de la gente por los beneficios para la salud de los baños en manantiales. De ahí se pasó a beber el agua mineralizada de esos manantiales como remedio para los dolores de estómago o ante las más variopintas enfermedades, como el escorbuto.

Lo malo de esta moda por los beneficios del agua mineralizada era la dificultad tanto para el embotellado como para el transporte. Fue entonces cuando apareció el doctor Joseph Priestley y, a sus 35 años, puso solución al problema. Así, este notable científico (se cree que pudo ser el descubridor del oxígeno) inventaba el agua carbonatada allá por 1767.

Unos años después de su descubrimiento, otro químico, llamado Torbem Bergman fabricó una máquina especial que hacía agua carbonatada a partir de sulfato de calcio y ácido sulfúrico. Esta máquina fue la que facilitó todo eso de embotellar y producir en masa las gaseosas.

Después ya vino lo de M. Févre y los famosos polvos que daban como resultado esta agradable y refrescante bebida.

¡Y así fue como empezó todo!

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Hacerse mayor y conservar la memoria es bonito. Te permite dedicar algo de tiempo a recordar esas pequeñas anécdotas que resumen una vida. Como os conté, podría decirse que he llegado a una edad en la puedo decir “he llegado a una edad”, y es que, 101 años de historia dan para mucho.

Recuerdo que durante mis primeros años el mundo, a su manera, era un caos. Tal vez por eso Kafka aprovechara esos años para escribir La metamorfosis (1916). Aunque pensándolo mejor puede que incluso ahora, a su manera también, el mundo siga siendo un pequeño caos. Al principio me costó asentarme, incluso un león me quitó el papel protagonista cuando se crearon los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer en 1924.

En cualquier caso, a lo que venía yo era a hablar un poquito de mí y de algunas personas que tanto han hecho por mí.

Para esta historia nos trasladamos a Andalucía, concretamente a Almería. En todos los lugares me han querido mucho, de hecho se han dicho de mí cosas estupendas, como por ejemplo lo que me aconsejaba alegremente mi abuela cuando actuaba en calidad de médico, potestad intrínseca, por otra parte, a todas las abuelas del planeta: “Te tomas una papelina de gaseosilla El Tigre, te pegas cuatro rebuznos… y como nuevo”. Pero mi idilio con el sur viene de lejos, y tiene un sabor especial: “Lo que no se arregla con gaseosilla El Tigre, es mortal de necesidad”. ¿Cómo no les voy a querer?

Para presentar al personaje que quiero que conozcáis, tengo que remontarme a la época en que el tráfico de las ciudades parecía una carrera de los Autos Locos y los nombres ocupaban una línea en el folio. Precisamente este es el caso de nuestro protagonista, Pedro Antonio Eleuterio Membrive y Martínez, del que dicen tenía el nombre más largo del padrón de su pueblo y al que, como no podía ser de otra forma, en un arranque por mantener viva una tradición familiar, acabaron apodando Teodoro.

En los años de la posguerra su familia se instaló en Almería con una barraca de embutidos y comestibles. Desde allá por los años 50, Pedro Antonio empezó su carrera como representante, y yo fui una de las firmas que pasaron por sus manos para promocionarse en la ciudad. Le vimos durante más de treinta años llevando la representación por todas las tiendas de los diferentes barrios. Allí le conocían como el hombre de la gaseosilla El Tigre, y desde aquí quería hacerme eco del pequeño homenaje que le brindó hace unas semanas el arqueólogo de baúles y latas viejas llenas de fotos y cartas, don Eduardo del Pino Vicente, en el periódico local La Voz de Almería.

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Como sabréis, corría el año 1915 cuando Alejandro Martínez Máñez comenzó a fabricarme en una pequeña tienda de comestibles en la localidad de Cheste. Con el tiempo he llegado a una edad en la que puedo decir “he llegado a una edad”, y con ello, he llegado a almacenar una cantidad innumerable de recuerdos, anécdotas e historias.

Aquí nos mantendremos entretenidos, ya que en 101 años de historia caben muchas historias, y como este es mi hábitat, no se me ocurre un lugar mejor donde compartirlas con vosotros.

También será un rincón donde compartiré algunas recetas; las vuestras, y las que he ido horneando con la paciencia de un siglo. Y también será un buen sitio donde descubrir los trucos, consejos y curiosidades más útiles del bicarbonato.

¿Quieres apagar la sed? ¿Quieres comer a gusto? ¿Digerir bien? ¿Quieres un refresco acalórico de sabor agradable? ¿Uno que no pueda perjudicar la salud? ¿Quieres ver cómo se esponja ese riquísimo bizcocho? Pues estate atento, poco a poco te iré contando.

De momento, y a falta de que vaya incorporando los contenidos, que seguro te parecerán mucho más interesantes que esta simple presentación, te invito a que nos conozcas a través de nuestras redes o a que te des un paseo por esta selva. Seguro que te ayudará a saber quién soy y, sobre todo, qué esperar de mi.

Bienvenidos a El Tigre.