ferreros

Este es nuestro segundo paseo por Madrid, y con él acabamos nuestra serie «Ultramarinos, qué lugares» de la capital. Como ya sabéis, aquí algunas de las mantequerías y tiendas de ultramarinos centenarias sobreviven pese al auge de las grandes superficies. En la entrega anterior os hablamos de Mantequerías Andrés, en el Paseo de los Olmos, Hijos de Lechuga, en la calle Mayor y de Bartolomé, en el número 2 de la calle Sal. Hoy os presentamos otros dos comercios de toda la vida.

El primero ocupa el lugar que en su día ocupo Casa Varona, dedicados a la alimentación desde 1877, en la plaza de Matuta. El futuro de la Mantequería Cabello, igual que muchos comercios de este tipo, también pasa por la especialización en productos de calidad. Tiene fama de ser el lugar donde están las mejores legumbres de toda España. Los restaurantes con los cocidos y fabadas más famosos, como Casa Lucio o Viejo Madrid, compran aquí los productos. Infinidad de botes de todo tipo, trufas negras o pollo al curry con arroz cuidadosamente etiquetados conviven en perfecta armonía con latas de los mejores ahumados, ventrescas y algún que otro tesoro más.

Con los años los productos que venden han ido cambiando pero si hay algo que sigue caracterizando a esta tienda es tener productos que casi nadie o nadie más tiene. «Cuando no existían las grandes superficies, había mucho más trabajo», lamenta Mario Cabello, actual propietario. «En 500 metros a la redonda, podías encontrar 30 o 40 tiendas como ésta. Hoy sólo quedo yo». Otra de las curiosidades de la tienda que llama la atención de muchos clientes es la colección de latas de cerveza y espejos que el hermano de Mario, Ángel, ha dejado en las paredes.

El bisabuelo de Miguel Ferreros, el dueño actual de Los Ferreros, fundó junto a su hermano una tienda de ultramarinos en una de las calles de acceso a la Plaza Mayor, la mayor zona comercial de la época. Este curioso comercio se transformó de ultramarinos en carnicería, volviendo a convertirse tiempo después en la tienda de alimentación que es hoy. Actualmente vende quesos, fiambres, vinos, azafrán y algunos otros productos típicos de España, enfocado sobre todo al turismo de la zona. «Antes se trabajaba más. Había más clientes, más movimiento y más restaurantes a los que suministrábamos el género. Eso ha cambiado», comenta Miguel. «Ahora subsisto por el turismo, gracias a la situación que tengo. La clientela de barrio cada vez es más pequeña».

Ha pasado más de un siglo desde que se fundó la tienda y han cambiado muchas cosas, pero el local sigue manteniendo algunos de los muebles y piezas originales. En la trastienda se conserva una cámara frigorífica con puertas de madera, todavía en uso, un reloj de pared y una pequeña oficina desde donde se controla todo y se hacen las cuentas.

Los pequeños supermercados y los establecimientos de los chinos abiertos en las zonas antiguas de Madrid durante los últimos años han hecho mucho daño a este tipo de comercios. Pero siguen luchando para defender su espacio en el comercio tradicional de Madrid.