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Algunos ya sabéis la historia de nuestros gaseosas y muchos conocéis el lugar donde se fabrican gracias a los reportajes que han ido saliendo en televisión. Para los que no tenéis el dato, las cajita de Gaseosas El tigre salen de nuestras instalaciones ubicadas en Cheste.

Desde nuestra fábrica salen varios productos que son: gaseosa, soda, refresco de naranja y de limón en polvo y bicarbonato. Puede resultar curioso conocer la forma artesanal de preparar la fórmula y su posterior envasado y como no hay nadie más curioso que un niño, el Colegio Vicente Blasco Ibáñez programó una excursión con los niños de 3º de Primaria, se lo pasaron fenomenal y aprendieron mucho sobre las materias primas y su origen, el manipulado de las máquinas y herramientas utilizadas en el proceso de fabricación y sobre las normas de seguridad que se deben cumplir para evitar accidentes. Para finalizar pudieron ver la última fase de envasado e incluso experimentaron el uso final del producto aprendiendo a elaborar un refresco saludable en tan solo unos segundos.

Os dejamos con algunas instantáneas de la visita para que veáis lo atentos que estaban y como disfrutaban. Bromeamos con ellos diciéndoles que al finalizar habría examen 😉 jajaja. de esta forma no perdieron detalle.

Luego en su cole, sus profes les animaron a participar haciendo un dibujo de lo que más les había llamado la atención y aquí os dejamos una muestra de la vena artística que manejan estos peques.

ferreros

Este es nuestro segundo paseo por Madrid, y con él acabamos nuestra serie «Ultramarinos, qué lugares» de la capital. Como ya sabéis, aquí algunas de las mantequerías y tiendas de ultramarinos centenarias sobreviven pese al auge de las grandes superficies. En la entrega anterior os hablamos de Mantequerías Andrés, en el Paseo de los Olmos, Hijos de Lechuga, en la calle Mayor y de Bartolomé, en el número 2 de la calle Sal. Hoy os presentamos otros dos comercios de toda la vida.

El primero ocupa el lugar que en su día ocupo Casa Varona, dedicados a la alimentación desde 1877, en la plaza de Matuta. El futuro de la Mantequería Cabello, igual que muchos comercios de este tipo, también pasa por la especialización en productos de calidad. Tiene fama de ser el lugar donde están las mejores legumbres de toda España. Los restaurantes con los cocidos y fabadas más famosos, como Casa Lucio o Viejo Madrid, compran aquí los productos. Infinidad de botes de todo tipo, trufas negras o pollo al curry con arroz cuidadosamente etiquetados conviven en perfecta armonía con latas de los mejores ahumados, ventrescas y algún que otro tesoro más.

Con los años los productos que venden han ido cambiando pero si hay algo que sigue caracterizando a esta tienda es tener productos que casi nadie o nadie más tiene. «Cuando no existían las grandes superficies, había mucho más trabajo», lamenta Mario Cabello, actual propietario. «En 500 metros a la redonda, podías encontrar 30 o 40 tiendas como ésta. Hoy sólo quedo yo». Otra de las curiosidades de la tienda que llama la atención de muchos clientes es la colección de latas de cerveza y espejos que el hermano de Mario, Ángel, ha dejado en las paredes.

El bisabuelo de Miguel Ferreros, el dueño actual de Los Ferreros, fundó junto a su hermano una tienda de ultramarinos en una de las calles de acceso a la Plaza Mayor, la mayor zona comercial de la época. Este curioso comercio se transformó de ultramarinos en carnicería, volviendo a convertirse tiempo después en la tienda de alimentación que es hoy. Actualmente vende quesos, fiambres, vinos, azafrán y algunos otros productos típicos de España, enfocado sobre todo al turismo de la zona. «Antes se trabajaba más. Había más clientes, más movimiento y más restaurantes a los que suministrábamos el género. Eso ha cambiado», comenta Miguel. «Ahora subsisto por el turismo, gracias a la situación que tengo. La clientela de barrio cada vez es más pequeña».

Ha pasado más de un siglo desde que se fundó la tienda y han cambiado muchas cosas, pero el local sigue manteniendo algunos de los muebles y piezas originales. En la trastienda se conserva una cámara frigorífica con puertas de madera, todavía en uso, un reloj de pared y una pequeña oficina desde donde se controla todo y se hacen las cuentas.

Los pequeños supermercados y los establecimientos de los chinos abiertos en las zonas antiguas de Madrid durante los últimos años han hecho mucho daño a este tipo de comercios. Pero siguen luchando para defender su espacio en el comercio tradicional de Madrid.

Ya está aquí 2017 y volvemos con nuestra serie «Ultramarinos, ¡qué lugares!», donde repasamos los comercios más típicos de nuestra historia a lo ancho de España. En esta ocasión, nuestra serie de ultramarinos y mantequerías nos lleva a la capital, Madrid. Y es que en sus barrios podemos encontrar una gran cantidad de comercios centenarios. Por las calles de Madrid, entre farmacias, pastelerías, restaurantes… se cuentan hasta más de 100 locales centenarios, patrimonio histórico y cultural de la ciudad. De ellos, cuatro se corresponden con estos pequeños comercios de toda la vida dedicados a la alimentación que tanto nos gustan.

En el número tres del Paseo de los Olmos nos encontramos con la mítica Mantequería Andrés.  Precisamente tres son las generaciones que hay detrás de esta casa fundada en 1870. Andrés de las Heras lleva más de 6o años en el lugar. Primero como dependiente del antiguo dueño, y desde los años 70, como propietario. Aunque a sus 72 años sigue cada día al pie del cañón, son sus hijos Andrés y José Luis los que llevan el tinglado.

 «Antes, las tiendas como la nuestra eran como los supermercados del barrio. Aquí se hacía la compra del día. Ahora hemos tenido que especializarnos mucho en productos que no se encuentran en las grandes cadenas. Gracias a eso mantenemos la clientela. Algunos, después de tantos años viniendo, son como de la familia», cuenta Andrés.

Santiago Gallo, apodado «Lechuga» llega a Madrid en 1840 y abre en la Calle Mayor número 51 su negocio de abastecimiento de carne. Además de servir a grandes hoteles como el Ritz o el  Palace, la gran calidad de sus productos le convierten en proveedor de la Casa Real. Tras muchos años y alguna que otra reforma, es Onorio Gallo quien cada día sigue despachando carne de la mejor calidad.

tienda

Bartolomé, en el número 2 de la calle Sal, es el local más antiguo de los cuatro. 180 años de antigüedad, ni más ni menos. Empezó como una carnicería, y ahora se mantiene como una tienda gourmet de productos españoles de  la mano de 8 hermanos. Tradición y calidad.

Los cambios de hábitos en el consumidor han obligado a especializarse a estos comercios de alimentación centenarios. La fórmula es dar la mejor calidad del producto tradicional español al mejor precio. En la próxima entrega, seguiremos con nuestro particular repaso a la capital. Continuará…

 

 

ultramarinos

De la misma manera que hay productos de toda la vida, también quedan todavía algunos de esos locales que son el emblema de un barrio. Un par de meses atrás, nos metíamos en la despensa del más antiguo de España, que fue fruto del amor entre un francés y una señora oscense. También el amor está detrás de la historia de otra pequeña tienda de comestibles en la ciudad de Málaga.

Mari Carmen Rodríguez, además de mucha sensibilidad y un trato exquisito con la clientela, tenía un despacho de huevos de gran éxito en Málaga, en el Centro Histórico. Zoilo Montero era un joven sevillano que llegó a Málaga siendo un chiquillo de 14 años para empezar a repartir comestibles en bicicleta. Trabajaba en una pequeña tienda familiar en Málaga, en el Centro Histórico. Así se conocieron.

A mediados del siglo pasado, tras terminar el servicio militar, Zoilo aprovechó la oportunidad y se hizo con la tienda. “Vino uno que quería traspasarla y me dije, para eso me la quedo yo”. Así fue como Ultramarinos Álvarez, gestionado por diferentes familiares durante años y conocido como Florido antes de la guerra, pasó a llamarse Ultramarinos Zoilo, actual nombre del conocido negocio que da a la Iglesia de Santiago, donde fue bautizado Picasso.

ultramarinos zoilo color

Se trata de una de esas pequeñas tiendas de toda la vida en las que, en cuanto pones un pie dentro, no quieres salir. Es como si te hipnotizara el orden y la gran cantidad de productos expuestos. Allí dentro está todo “bien colocadito”, porque “toda la vida se ha hecho así y porque es lo que le gusta al público”. “Aunque yo lo que quiero es que compren, y no que les guste” confiesa Zoilo entre risas.

En este tipo de tiendas se cuida mucho el producto local, y en este caso, se le da mucha preferencia al producto de Málaga. Como el salchichón de Málaga, que es un salchichón blando. O las pasas, higos secos o borrachuelos, que tanto gustan a nuestro protagonista. Él sin embargo, recomienda el Chorizo de Ronda, “que es riquísimo”, y que se puede tomar tal como viene, asarlo un poco o echarlo a unas lentejas. “De todas formas está exquisito”.

 

-¡Seguro que sí Zoilo. Además, después de una comida copiosa, como estas que dices, siempre podemos tomar una gaseosilla El Tigre para quedar como nuevos! Ya sabéis, lo que no se arregla con gaseosilla el Tigre es mortal de necesidad.

 

mojito

Un trifinio, aunque pueda parecer el nombre de un cóctel, es un punto geográfico donde se juntan las fronteras terrestres de tres países. Pese al nombre raro, no se trata de algo inusual, de hecho China tiene 14 y Rusia 12, y en el mundo se intuye que hay algo más de 150, pero es un buen punto de partida para hablar del mojito. En la ciudad uruguaya de Bella Unión se forma una de estas triples fronteras, es más, recibe este nombre porque es el lugar donde se encuentran el río Cuareim y el río Uruguay, en la frontera de este país con sus vecinos brasileños y argentinos.

En esta pequeña localidad, que forma parte del departamento que lleva el nombre de uno de los mayores héroes nacionales del país (Artigas), llegó al mundo, en algún momento a mediados del siglo XVI, un corsario llamado Silvio Suárez Díaz, que no sabemos qué tal era con la espada ni cómo manejaba el timón, pero que por lo que cuentan, fue el primero que preparó la versión inicial del cóctel que reina las fiestas estivales y que hoy conocemos como mojito.

A finales del s. XVI y en alta mar, cualquier problema te tortura. Muchas fueron las tripulaciones que se echaron a perder por la calma chicha, que es esa otra quietud, la que no cura la fatiga, la que no abre espacios a la meditación, la que desespera. Y en esa época, mal que nos pese, todavía no podíamos ofrecer una gaseosilla El Tigre a estos amables caballeros, así que el pirata bellaunionense se las apañó para repartir a sus hombres un brebaje a base de aguardiente diluido en un poco de agua, algo de limón para combatir el escorbuto, unas hierbas aromáticas, tipo menta, y el toque dulce del azúcar que ayudaba a digerir la pócima.

Pero fue otro pirata, Francis Draque, que se labró algo más de fama, quien lo acabó popularizando hasta bautizarlo como ‘Draquecito‘. Un siglo después, con la producción de ron mejor refinado y tras haber conseguido una mayor calidad, este sustituyó al aguardiente.

Luego ya llegó lo de Cuba, Ernest Hemingway y la leyenda de La Bodeguita del Medio, pero eso es otro cantar. También con los años y la moda llegaron las distintas versiones; con fresa, con coco, que si con un poco de vodka, ahora lo quiero light, etc. Lo que no cambia nunca es lo de añadir soda, y por si no lo sabías, con las nuestras sabe mucho mejor. Prueba a preparar este cóctel con un sobrecillo de gaseosa El Tigre, ¡verás cuántas burbujas!

gaseosas

Imagínate un control de aduanas de cualquier aeropuerto del mundo. Visualiza el momento en que entregas el pasaporte al guardia de seguridad de turno para su verificación. Bien, hasta aquí todo normal. Ahora imagina la misma situación pero, en esta ocasión, eres alguien muy famoso, fácilmente reconocible. Añade además que el nombre por el que te conocen no coincide con el que figura en el pasaporte que entregas al agente. No hace falta que visualices también el hastío y el tiempo perdido tratando de explicar el malentendido.

Algo parecido es lo que ha debido pensar Maurice Micklewhite, un consagrado actor que ha decidido, a los 83 años, cambiarse el nombre de nacimiento por el nombre artístico que venía utilizando desde 1954 en audiciones para trabajar en el cine. Ese nombre es Michael Caine.

 

michael caine

 

El veterano actor empezó siendo Michael Scott en las primeras audiciones, pero al llegar a Londres había otro Michael Scott en la ciudad, por lo que tuvo que buscar otro nombre. Con 21 años, en una conversación telefónica con su agente, este le cuenta lo que hay y le urge a buscar otro nombre. La cabina en la que se mantiene la conversación estaba situada en las puertas del cine y, de pronto, la imagen de un póster del drama naval de Humprhey Bogart asalta la vista de nuestro protagonista; “The Caine Mutiny”. Así lo contaba él hace unos días:

Estaba enfrente del cine y miré tras el cristal, mi actor favorito es Humprhey Bogart, y está justo ahí, así que…”

Una vez más, el nombre de un artista vuelve a ser cosa del azar. Es curioso esto de poner nombre a las cosas. Es un trabajo de amor que muchas veces pasa desapercibido.

Hubo en España gran afición a hacer gaseosa. El calor, alto, y el precio, bajo, eran dos de los factores que ayudaban. También que sea un producto que guste tanto a niños como a no tan niños. El caso es que durante el siglo pasado se convirtió en un fenómeno local y las técnicas del branding no eran las de ahora, claro.

Como muy bien repasa Ignacio Peyró, muchos optaron por proclamar un cierto orgullo de la raza, como gaseosas Bética, La Cervantina o El Cid, añadiendo el afluente heroico. También son un clásico las familiares, como gaseosas García o Sánchez.

Pero antes de esta afición estaban los sifones, y antes, las gaseosas en polvo, mucho más exóticas. ¿Y qué hay más exótico que un Tigre en 1915?

Logo oscuro El Tigre-08

Muchos profesionales de la medicina ven en el bicarbonato de sodio, un complemento para muchos de nuestros tratamientos, una panacea muy asequible y práctica.

Todos sabemos que tomar un poco de bicarbonato, disuelto en agua, es el mejor remedio para ayudarnos en la digestión. Después de una comida copiosa, o de comer determinados alimentos, es bastante habitual sentir acidez y un malestar que podemos evitar tomando este compuesto que descompone las grasas y neutraliza el exceso de ácido.

Sin embargo, ¿qué sucede cuando, además, esta comida está elaborada con legumbres?

Las legumbres son ricas en proteínas, hidratos de carbono, fibra, vitaminas y minerales. Tienen un índice muy bajo en glucemia y un promedio de 300 calorías por cada 100 gramos, lo que convierte este plato en alimento altamente nutritivo. Pero, a pesar de todos los beneficios, a menudo es responsable de provocarnos hinchazón abdominal y gases. En ocasiones optamos por eliminarlos de nuestra dieta y es un grave error.

¿Cómo podemos evitar esta molestia?

El problema son los oligosacáridos, moléculas que no se digieren normalmente, se quedan acumuladas en el intestino grueso donde fermentan por las bacterias depositadas en el mismo (lo que hace que se sume el olor pestilente).

El truco más antiguo y a la vez más efectivo, es añadir una cucharada de bicarbonato “El Tigre” al agua de cocción y antes de incorporar las legumbres. Además, también ayudará a que la cocción sea más rápida.

Se han acabado esas situaciones incómodas después de un buen plato de judías pintas o garbanzos…

¡Pruébalo y ya nos contarás!

almeria

Hacerse mayor y conservar la memoria es bonito. Te permite dedicar algo de tiempo a recordar esas pequeñas anécdotas que resumen una vida. Como os conté, podría decirse que he llegado a una edad en la puedo decir “he llegado a una edad”, y es que, 101 años de historia dan para mucho.

Recuerdo que durante mis primeros años el mundo, a su manera, era un caos. Tal vez por eso Kafka aprovechara esos años para escribir La metamorfosis (1916). Aunque pensándolo mejor puede que incluso ahora, a su manera también, el mundo siga siendo un pequeño caos. Al principio me costó asentarme, incluso un león me quitó el papel protagonista cuando se crearon los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer en 1924.

En cualquier caso, a lo que venía yo era a hablar un poquito de mí y de algunas personas que tanto han hecho por mí.

Para esta historia nos trasladamos a Andalucía, concretamente a Almería. En todos los lugares me han querido mucho, de hecho se han dicho de mí cosas estupendas, como por ejemplo lo que me aconsejaba alegremente mi abuela cuando actuaba en calidad de médico, potestad intrínseca, por otra parte, a todas las abuelas del planeta: “Te tomas una papelina de gaseosilla El Tigre, te pegas cuatro rebuznos… y como nuevo”. Pero mi idilio con el sur viene de lejos, y tiene un sabor especial: “Lo que no se arregla con gaseosilla El Tigre, es mortal de necesidad”. ¿Cómo no les voy a querer?

Para presentar al personaje que quiero que conozcáis, tengo que remontarme a la época en que el tráfico de las ciudades parecía una carrera de los Autos Locos y los nombres ocupaban una línea en el folio. Precisamente este es el caso de nuestro protagonista, Pedro Antonio Eleuterio Membrive y Martínez, del que dicen tenía el nombre más largo del padrón de su pueblo y al que, como no podía ser de otra forma, en un arranque por mantener viva una tradición familiar, acabaron apodando Teodoro.

En los años de la posguerra su familia se instaló en Almería con una barraca de embutidos y comestibles. Desde allá por los años 50, Pedro Antonio empezó su carrera como representante, y yo fui una de las firmas que pasaron por sus manos para promocionarse en la ciudad. Le vimos durante más de treinta años llevando la representación por todas las tiendas de los diferentes barrios. Allí le conocían como el hombre de la gaseosilla El Tigre, y desde aquí quería hacerme eco del pequeño homenaje que le brindó hace unas semanas el arqueólogo de baúles y latas viejas llenas de fotos y cartas, don Eduardo del Pino Vicente, en el periódico local La Voz de Almería.

litines

Hay objetos, sonidos, sabores… que se meten en nuestra memoria para remover los recuerdos y los vínculos que crean. Conocemos la sensación a través del famoso concepto de la magdalena proustiana, que aparece en la obra En busca del tiempo perdido del autor francés Marcel Proust.

Para más de una generación, beber “agua de litines” podría ser la versión líquida de la magdalena de Proust, un viaje íntimo hacia un paraíso perdido…

El consumo de esta bebida en polvo es casi desconocido para las nuevas generaciones, pero los sobrecillos aún siguen vigentes. Como sabéis, vienen presentados en un sobre doble. Uno contiene el ácido cítrico y otro el bicarbonato sódico, pero de litio nada.

¡Eh!, ¿y entonces?

La referencia, del francés lithiné, se debe a la presencia de litio en ciertas aguas minerales cuyas propiedades medicinales estuvieron en boga a finales del siglo XIX y principios del XX. Algunos de los compuestos del litio, por el ejemplo el uratio, se utilizaban en 1840 para el padecimiento de la gota y reumatismo. Se trataba de un elemento al que se le atribuían, además de a las cualidades digestivas, beneficiosas propiedades en la curación de distintas psicopatologías como la manía o la depresión bipolar, considerándose un estabilizador del estado de ánimo.

En aquella época era posible tomarse pastillas de litines, beber agua mineral con litines, etc. El litio, más blando que el talco y menos denso que el agua, tuvo gran predicamento tras su descubrimiento en 1817. De hecho, en una pequeña comuna suiza del cantón de Vaud (Henniez), los químicos de una de las marcas más prestigiosas de agua mienral detectaron la presencia de este metal en las aguas que corrían allí, y pasaron a vender su producto estrella; Eau d’Henniez lithinée. Hace diez años, el grupo Nestlé adquiría la compañía suiza.

En España, la aceptación popular y la inmutable credibilidad humana, hicieron que nuestras farmacias fueran invadidas por suplementos minerales de alto contenido en carbonato de litio, para elaborar agua litinada de la mano de los Lithinés del Dr. Gustin, que tuvieron fuerte presencia en territorio nacional durante la primera mitad del siglo XX y nos dejaron el neologismo litines para referirnos a las papeletas para hacer soda, aunque sin rastro de litio.

la confianza

Que a los españoles nos gustan los bares es algo vox populi. Ahí están los datos: Un bar aproximadamente por cada 130 personas o el 30% que dejaría las llaves de su casa como muestra de confianza al camarero de su bar favorito.

Pero antaño, ese auge y esa confianza correspondía a las tiendas de comestibles, o ultramarinos, y a los tenderos, que se sabían el nombre de todos los chiquillos del barrio. El tiempo, el progreso y las cadenas de supermercados, ya se sabe, fueron cambiando esos pequeños locales con todo su caos amontonado y apretado como en latas de sardina por el orden de grandes pasillos fluorescentes que cuidan hasta el mínimo detalle.

Pero de la misma manera que aún hay productos de toda la vida, también quedan todavía algunos de esos locales centenarios que son el emblema de un barrio, o de una ciudad, como es el caso de La Confianza en Huesca, situado en la plaza del Mercado Nuevo (actual plaza Luis López Allué). Los monumentos en una ciudad no siempre tienen porqué ser una Iglesia o una estatua. A veces en un establecimiento podemos encontrar un auténtico monumento.Un símbolo. Todo un museo del comercio.

Esta tienda de ultramarinos, dicen la más antigua de España, fue fruto del amor entre un francés y una señora oscense. Así, en 1871, el matrimonio formado por Hilario Vallier y Manuela Escartín fundaba este emblemático espacio y lo destinaba a la mercería y las finas sedas. Fue un tiempo después, durante la posguerra, cuando la familia Sanvicente, actuales propietarios, adquirieron La Confianza y, desde entonces, su vocación ha permanecido intacta. Trato directo y productos de calidad.

Ya sea por su exquisito bacalao en salazón, por las castañas de mazapán o por la llamativa decoración del pintor León Abadía, esta tienda permanece abierta tanto a los clientes del día a día como a los turistas que no pierden la oportunidad de visitarla cuando pasan por la ciudad. Se trata de un lugar que conserva el pasado, sí. Pero que mira de frente al futuro, también.